De finales y principios (II)

Capítulo 1: La cámara CLL11

Deslicé la llave metálica en la cerradura y, mientras la giraba y escuchaba el suave crujir del pestillo al abrirse, no pude evitar sentirme como el jovencísimo señor Potter abriendo por primera vez su cámara de Gringotts. Abrí la portezuela y contemplé los escasos metros cúbicos que se me habían asignado como taquilla. "Bueno, si coloco bien mis cosas, debería ser bastante...", pensé. En mi caso, las catacumbas de los duendes habían sido reemplazadas por una sala polvorienta de pasillos angostos e iluminación negligente en Wolfson College.

Varios minutos después, contemplaba el puzzle de maletas, cajas y paquetes que, cuidadosamente colocados, llenaban el espacio de la taquilla. Vaya, todo un año de vida en una habitación reducido a unas cuantas cajas. Mi habitación había quedado vacía horas antes, tras una muy larga noche en vela de empaquetar meticulosamente al principio, azoradamente al final, mis preciadas pertenencias. Un año acumulando ropa, papeles, libros, decoración y recuerdos, ¡y ahora mi habitación parecía tan vacía! Cerré la taquilla, salí de la sala y me alejé con la llave de la cámara CLL11 -mi cámara- en mi bolsillo.

Capítulo 2: El tren

Un viaje de ida a London Paddington desde Oxford vale £21.40. El viaje ida y vuelta vale £21.50. Por supuesto, pueden conseguirse biletes mucho más baratos comprando con antelación pero, claro está, para eso uno necesita saber que va a hacer el viaje con antelación. Y yo no lo sabía. El suave traqueteo del vagón me llevaba rumbo a una nueva empresa, una que me ponía bastante nervioso: buscar un piso donde vivir en Londres.

Hasta ahora, siempre había viajado a Londres en bus. Era mucho más económico, y además el viaje era más directo desde el aeropuerto. National Express te recoje en Stansted y en 3 horas y media (tiempo variable en función de la suerte que tengas) te deja en Gloucester Green (Oxford). Sin embargo, el tren tenía algo especial. Para empezar, en coche o autobús siempre me mareo si intento leer, pero en el tren podía hacerlo sin problemas (más tarde comprobaría con grata alegría que en el metro también). Para seguir, se tarda muchísimo menos, la gente parece más amistosa (por ridículo que suene al verlo por escrito), y la llegada... es completamente distinta. La parada de autobuses en Victoria parece expulsarle a uno al medio de la calle, perdido en una ciudad enorme que se lo quiere tragar. Sin embargo, la estación de Paddington parece recibirle a uno con los brazos abiertos. A pesar del tumulto de gente que baja o sube de los trenes a toda velocidad, la estación tiene una luz, un espacio, una vida, que hacía que me sintiese bienvenido.

Yo, de nuevo, no podía evitar, que las palabras "Andén 9 y 3/4" resonaran en mi cabeza al pisar por primera vez aquella estación. No sería la última, ni mucho menos. Durante los siguientes días seguí yendo y volviendo de Londres en busca de una morada, en lo que recuerdo como unos de los días vividos con más ansiedad de mi vida. Sin embargo, la estación de Paddington se acabó convirtiendo en un elemento familiar para mí, un lugar al que le tengo un cierto cariño. La tienda de Cornish Pasties donde compraba empanadillas para comer en el tren, las sillas junto a la pantalla de anuncios de trenes, la salida a la calle, la bajada al metro...

Dejé la estación a mi espalda y salí a la calle rumbo a Hyde Park. En mi mochila, números y direcciones de contacto de caseros, y algún mapa impreso con prisas en el departamento. La ilusión de buscar un nuevo lugar donde vivir. Pero eso... no resultaría tan fácil.

Capítulo 3: Una casa

Después del primer viaje en tren a Londres, hubo otro. Y luego otros más. La desesperación hacía presa en mi persona, conforme la fecha del final de mi estancia en Oxford se aproximaba y la de inicio en Londres estaba aún por determinar. Al borde del ataque de histeria, acudí a una de las citas para ver un piso. A las pocas horas, estaba pagando la reserva del alquiler, y a los dos días el contrato por 6 meses.

Llovía. Llovía mucho. No sé si me explico, llovía muchísimo. Bajo la lluvia, una figura cargaba con dos maletas, un edredón, una almohada, una mochila y un abrigo, y al mero abrigo de un sombrero, se cobijaba en la estación de overground de Shoreditch esperando a que la lluvia amainase. Giré la llave y la puerta cedió. Empujé las maletas al pasillo, y abrí la puerta de mi habitación. En ese momento, la habitación vacía me pareció un reto. Eran solo unas paredes desnudas y unos pocos muebles tristes, pero tenía el potencial de convertirse en un hogar.

Estaba frente a mi taquilla de nuevo, con la llave en la mano. Esta vez, retiraba parte de mis posesiones para llevarlas conmigo, empezando así la mudanza. Mi aventura en Oxford había terminado. Mi aventura en Londres acababa de comenzar. Y no podía pintar mejor.

Os mantendré al tanto de mis andanzas por la capital, queridos viajeros, ¡permanezcan a la escucha!

Un saludo,
Adán.