"El Almirante Lloyd" (Capítulo 5 - Epílogo)

¡Saludos, lectores!

¡¡¡Tachán-tachán-ta-ta-ta-chán!!!

El personal de Los Viajes de Adán se complace en presentarles el capítulo final del aclamado relato "El Almirante Lloyd", en el cual se da término a las aventuras de Ian Wilmut o, cuanto menos, a aquéllas narradas por el presente escrito.

Como autor, no soy amigo de dar a los lectores todo bien masticadito. Parto del punto de que mi lector es inteligente y sabe interpretar las pistas él solito. En este caso, el epílogo representa una última pieza del puzzle que cumple varias funciones. La primera, que el lector se de cuenta de que tenía un puzzle. Y que también tenía unas cuantas piezas, si bien no sabía encajarlas. La segunda, dar respuesta a esa pregunta que muchos habéis formulado "Si mal, lo que es mal, mal no va, pero... ¿a dónde va?".

Espero que vuestro ingenio sea capaz de dar el sentido adecuado a mis palabras, lo comprobaremos no obstante una vez terminado el viaje. Espero que hayáis disfrutando leyendo y que, el relato en general, os guste. Todo tipo de opiniones son bienvenidas, si bien no lo son todas las formas de expresarlas.

¡Dentro texto!




Epílogo o Capítulo V: “5 de Julio de 2049”


Son las 6:00. Ian Wilmut se levanta con pereza y cansancio. Sonríe brevente, a la vista de la cabellera pelirroja que se desparrama por la almohada. No obstante, la sonrisa se desvanece en pocos instantes ante la sensación de que algo no está bien. Alguna pieza falta en el puzzle.

Se dirige al baño, y antes de meterse en el dispositivo de aseo pre-programado, llena las manos de agua y se la echa a la cara para despejarse. Con el rostro aún mojado, se observa en el espejo. Pero ha pasado ya demasiado tiempo. Tal vez si no hubiera olvidado recoger los pedazos de la fotografía… tal vez hubiera comprendido.

Tal vez hubiera comprendido por qué todos los días de su vida se había levantando sintiendo que había algo que se le escapaba. Tal vez hubiera comprendido por qué en el “Centro de Ayuda Vocacional Almirante Lloyd”, los chicos eran separados en grupos para formar genios militares, artísticos o científicos antes incluso de que pudieran elegir o mostrar sus aptitudes, o por qué todos eran brillantes, más que cualquier profesor… Tal vez hubiera comprendido por qué el Dr Murai había tratado de prevenir desde su tierna infancia una enfermedad cardiaca muy poco corriente.

Tal vez, si recordara el rostro de aquélla fotografía, aquél rostro al que llamaba padre, se hubiera preguntado el por qué de la similitud demasiado perfecta entre aquél y éste, que ahora le miraba desde detrás del espejo. Un rostro que le miraba triste con ojos melancólicos, la barba poblada de canas.

Hoy era su cuadragésimo-segundo cumpleaños.




~ Fin ~



"El Almirante Lloyd" (Capítulo 4)

¡Saludos!

Nos acercamos ya al final del relato, y es que, queridos lectores, estamos ya ante la cuarta entrega de "El Almirante Lloyd". De hecho, la última parte es muy cortita, sólo es el epílogo. No obstante, podéis pensar que esa última parte es la última pieza del puzzle que hace tomar sentido a las demás.

Pero bueno, ya tendréis oportunidad de descubrirlo cuando, tras haber leído este capítulo IV, publique el V.

¡Dentro texto!




Capítulo IV: “2 de Mayo de 2031”


Cuando suena la alarma yo ya estoy en pie, vestido, y ocupado examinando la foto de mi padre. ¿Qué es lo que esconde su mirada melancólica y su rala barba cana? Sigo teniendo la sensación de que algo no cuadra, no encaja en este sitio. Las paredes de mi habitáculo empiezan a caérseme encima, el propio Almirante Lloyd se me cae encima… empiezo a cansarme de la cárcel. Pero me frustra terriblemente constatar que no hago nada para cambiarlo.

El malestar psicológico se asocia con el físico, parece ser que el doctor Murai finalmente encontró algún indicio de lo que buscaba, y ahora además de vigilar estrictamente mi dieta me ha recetado unas pastillas para que, según él, “mi corazón siga latiendo tan sano como siempre”. Ni que yo fuera estúpido, llevo años estudiando Biología y Química como para poder entender la interacción entre el principio activo de cualquier medicamento y mi organismo. Lo que no entiendo es por qué pasó tantos años examinando mi corazón antes de decidir que necesitaba medicarme. Me despido de mi padre y lo guardo entre las tapas de la libreta negra, que llevo siempre conmigo. No me gusta dejar cosas valiosas en la habitación desde que unos chicos acusaron a otros de haberles robado. No sé quiénes inventaron qué – sin duda alguna gran parte de la historia es inventada -, pero me limito a no fiarme de nadie.

Durante el desayuno, me sorprendo a mí mismo echando de menos a algunos chicos, como Brad. Puede que no fuera una persona especialmente brillante, pero fue sin duda lo más parecido a un amigo que haya tenido nunca, y ahora se ha marchado como muchos otros. ¿A dónde se los llevarán?. Sumido en estos pensamientos, pasa la mitad de la primera clase de la mañana, hasta que el profesor de matemáticas me interrumpe en mi pseudo-letargo.

-¡Wilmut! ¿Cómo resolvería usted el problema?

Un breve vistazo a la clase me hace ver el poco interés general en ver qué respuesta doy al señor Louthan. Un breve vistazo a la pizarra me basta para captar la simplicidad del problema y lo evidente de la solución.

-Bueno, a primera vista parece que con aplicar el teorema de Gelfond-Schneider sería suficiente. No obstante, yo optaría por tratar de demostrar primero la normalidad del parámetro lo cual... sí, parece a simple vista que ya nos indica que no hay solución.

-Ahm… sí, bueno, sería una opción, veamos… si tenemos que, como dice Wilmut, aplicamos… - Un breve vistazo a la cara del profesor es suficiente para saber que ni se le había ocurrido mi solución.

Una de las cosas que me han acabado cansando de la cárcel, son los profesores. La mayoría de los chicos no les hace mucho caso, y con razón. Yo fui de los primeros en empezar a adelantarme a sus conclusiones, a corregir sus errores, a rebatir sus argumentos… ello me ha valido en más de una ocasión alguna bronca, pero mientras no vengan del Mayor, a mí me es indiferente que me grite un viejo anticuado que cree que mis métodos de resolución no son lo suficientemente ortodoxos.

Mientras el señor Louthan está enfrascado en la ardua - para él – tarea de tratar de comprender mi respuesta, observo por la ventana. Siempre me han gustado las ventanas de las clases porque no tienen rejas. Para mi sorpresa, en esta ocasión descubro algo que no pensé que podría estar ahí. ¿Cómo es posible? Pero sí, es cierto, ahí está: programando un robot de limpieza para que barra el patio, hay una chica. ¡Una chica! Vaya, no es que no haya visto ninguna antes, pero la mayoría era en fotografías de libros o artículos de la consola, no en persona. Por alguna razón, siento ganas de saber su nombre. Se me acelera el corazón - ¿he tomado hoy las pastillas del doctor Murai? -, es pelirroja y tiene a ojo un par de años menos que yo – sí, sí que la tomé, así que si las pastillas son para evitar estos ataques taquicárdicos, ya puede cambiármelas – Un compañero me saca de mi asombro.

-Psch, ¡Ian! ¿Espiando a la hija de la señora Kellownee? Últimamente viene mucho a ayudarla en el trabajo. Dicen que la señora Kellownee está ya un poco vieja, y…

No sigo escuchando. Al finalizar la hora de clase, me dirijo al patio en busca de una cabellera pelirroja. Fracaso, no hay modo. Doy una vuelta, exploro, y me encuentro por un pasillo con el robot de limpieza. “¡Bingo!” Lo sigo un pasillo, después otro, sube por un montacargas y me aferro a él. Nunca había subido tantas plantas, si tratamos de usar las escaleras hay puertas que nos impiden el paso, pero asido al robot puedo acceder sin problema a las más altas. Finalmente, siguiendo al robot llego a un patio exterior. Y ahí está ella, ocupada en no tengo tiempo a fijarme en qué.

-¿Quién eres tú? No deberías estar aquí.

No parece haber enfado en su voz, más bien curiosidad.

-Ya, pero yo no suelo hacer lo que debo – En ese momento deseo haber dedicado 5 segundos a pensar qué iba a responder para no soltar eso -. ¿Tú eres la hija de la señorita Kellownee, no? Te he visto antes…

Ella me sonríe, y vuelvo a pensar en el poco efecto de la medicación del doctor Murai. Pero de pronto su sonrisa se torna en expresión de miedo. Miro detrás de mí…

-Vaya, vaya, Wilmut, así que te has echado novia, ¿eh? ¡Pues qué novia tan fea! – Dos compañeros de la edad de Stilson ríen su gracia. ¿Cómo habrán llegado aquí? Supongo que los del grupo A tienen privilegios - ¿Pero bueno, qué tenemos aquí?

Stilson se agacha a recoger algo, instintivamente busco mi libreta negra y “¡Mierda, no está!”. Stilson la sujeta en su mano. Ha debido caérseme al llegar.

-Jajaja, Wilmut, así que esta estúpida fotografía es lo que siempre llevas encima, ¿no? Siempre en tu libretita, ¿no es así? Si es de papel, ¿qué os parece? ¡Es una foto de papel! Me pregunto si la seguirás llevando después de esto.

Un giro de muñeca, el sonido del papel rasgándose, el terror en la cara de la chica, yo corriendo hacia él… todo conforma un cúmulo de sucesos que acontecen demasiado deprisa. Demasiado deprisa incluso para la formación de combate de alguien del grupo A. Mi puño incrustado en su garganta. Sus ojos inexpresivos, mirando a algún punto a mis espaldas. Yo, sobre él, golpeando una y otra vez. El chillido de Kellownee, me levanto y me acerco a ella para tranquilizarla, pero su rostro sigue reflejando verdadero pavor contemplando a Stilson.

-Cabrón… está muerto… ¡lo has matado! – dice uno de sus compinches.

-Peter, vamos a contárselo al Mayor… seguro que él sabe cómo castigar a este perro. ¡A los perros rabiosos se los sacrifica, Wilmut!

No hacía falta que fueran tan concisos. Yo ya sabía que la ira del Mayor podía derivar fácilmente de forma indirecta en mi muerte “accidental”. Sentía la urgente necesidad de hacer algo, pero el miedo me había paralizado. Noté que una mano cogía la mía con firmeza.

-¡Vámonos! ¡Te mostraré una salida!

-¿Y tú? También estarás metida en un lío si me ayudas… ¿vendrás conmigo? ¿Huiremos juntos del Almirante Lloyd?

-Yo… sí. Iré contigo.






Continuará...

"El Almirante Lloyd" (Capítulo 3)

¡Saludos!

Apenas estrenado el 2008, aquí me hayo para traeros la tercera entrega de "El Almirante Lloyd". Nos situamos ya en el ecuador de la historia, que empieza a tomar ya algo de consistencia. ¡Espero opiniones!

Ah, y por supuesto... ¡¡Feliz Año a todos!!

¡Dentro texto!




Capítulo III: “5 de julio 2027”


Son las 5:55 y estoy mirando al techo de mi habitación, despierto, con esa sensación de costumbre de que algo no está bien. Suelo despertarme antes de que suene la alarma por el altavoz., supongo que será eso… cuando suena, yo ya estoy vestido. Procedo a dar los buenos días a mi padre, que me mira desde su foto en el cajón debajo de la libreta negra con sus ojos tristes y barba canosa de siempre. Llego a la cantina a eso de las 6:05, y mientras espero a que el resto de chicos bajen, voy pensando en el desayuno. El doctor Murai ha ordenado que no tome alimentos ricos en grasas o colesterol. La verdad es que no sé por qué, puede que no esté tan en forma como los del grupo A, pero yo no estoy gordo como otros muchos chicos. De todas formas, las órdenes del doctor son “de obligado cumplimiento”, que viene a ser algo así como que ni el Mayor suele contradecirlas. Y dentro del Almirante Lloyd, eso es lo más próximo a ser leyes. Así que pido mi desayuno especial sin mucho entusiasmo, entusiasmo que parece rebosar la señora Kellownee al servírmelo. Alguien llega.

-¡Hola, Ian!

Éste es Brad.

-Hola, Brad.

Brad es un chico más pequeño, que también está en el grupo C. Por eso somos amigos, normalmente no puedes encontrar amigos fuera de tu grupo porque son todos muy desagradables. Aunque yo lo prefiero así, después de todo, ¿de qué hablaría con ellos? Con Brad siempre hay algo de qué hablar, al menos para él. La mayoría del tiempo él habla todo el rato y yo escucho, asintiendo de vez en cuando. Tras el desayuno nos vamos juntos a clase, mientras me comenta que está bastante enfadado.

-¿Sabes lo que hacen, Ian, lo sabes? ¡Leen libros! Nosotros tenemos Matemáticas, Física, Computación, Química, Programación… y los del B, ¡leen libros! Eso por no hablar ya de los del A, ¿sabes lo que hacen esos? ¡Juegan! ¡En serio! Les he oído hablar de ello, tienen unos juegos en la consola en los que mueven figuritas de naves o de soldados… ¿¿Tendrán idea esos cabezas huecas de lo difícil que es fabricar una consola??

Brad acostumbra a entusiasmarse así con casi cualquier tema, pero sobre todo si se trata de criticar a los chicos del grupo A. Claro que la conversación se interrumpe si se acerca alguno, por supuesto. Sobre todo si es un chico mayor. Pero esta vez a Brad no le dio tiempo a callarse antes de ser oído.

-¿Así que juegos, eh, Dullosky? – se trataba de Stilson, que tenía ya 13 años y le encantaba chincharnos a cualquiera de los de nuestra edad sólo para demostrar lo fuerte que era. Por supuesto, era del grupo A - ¿Con que sólo sabemos jugar a juegos? ¿Quieres que te demuestre qué más aprendemos en el grupo Alfa? – Les encantaba llamarse así.

El caso es que ni Brad ni yo habíamos sido entrenados en lucha cuerpo a cuerpo, y antes de poder reaccionar él ya había recibido varios golpes en la cara. Tan rápido como mis reflejos me lo permitieron, empujé al matón para separarlo de Brad y se cayó por las escaleras.

El Mayor no tardó en enterarse. Se puso súper enfadado, no disimulaba el hecho de que los del grupo A son sus favoritos, aunque sean cabezas huecas rematados como Stilson. No obstante, nadie pensó que el castigo sería tan cruel. Nos mandó a Brad y a mí hacer ciertas tareas de limpieza en la cocina de la cantina, ayudando a la señora Kellownee. Pero lo dispuso de tal forma que nos encontráramos en determinados momentos a solas en algún sitio, y dispuso asimismo que Stilson lo supiera.

Su venganza fue brutal. La tomó primero con Brad, aunque yo eso no lo supe hasta después. Cuando vino a por mí, estaba todo magullado y tenía un brazo vendado, pero se sirvió del otro y de los pies para darme una paliza ante la que, privado de escaleras y de la oportunidad de un empujón por sorpresa, poco pude hacer.

Brad y yo debemos pasar unas semanas en la enfermería, haciendo deberes de todas las asignaturas en nuestras consolas y con la única compañía del enfermero y del doctor Murai, que apenas nos visita. La primera noche yo oigo llorar a Brad. No sé si de pena o de rabia. Yo… yo lloro en silencio. De pena. Y de rabia.

Hoy es mi décimo cumpleaños.






Continuará...