¡Saludos!
Nos acercamos ya al final del relato, y es que, queridos lectores, estamos ya ante la cuarta entrega de
"El Almirante Lloyd". De hecho, la última parte es muy cortita, sólo es el epílogo. No obstante, podéis pensar que esa última parte es la última pieza del puzzle que hace tomar sentido a las demás.
Pero bueno, ya tendréis oportunidad de descubrirlo cuando, tras haber leído este capítulo IV, publique el V.
¡Dentro texto!
Capítulo IV: “2 de Mayo de 2031”
Cuando suena la alarma yo ya estoy en pie, vestido, y ocupado examinando la foto de mi padre. ¿Qué es lo que esconde su mirada melancólica y su rala barba cana? Sigo teniendo la sensación de que algo no cuadra, no encaja en este sitio. Las paredes de mi habitáculo empiezan a caérseme encima, el propio Almirante Lloyd se me cae encima… empiezo a cansarme de la cárcel. Pero me frustra terriblemente constatar que no hago nada para cambiarlo.
El malestar psicológico se asocia con el físico, parece ser que el doctor Murai finalmente encontró algún indicio de lo que buscaba, y ahora además de vigilar estrictamente mi dieta me ha recetado unas pastillas para que, según él, “mi corazón siga latiendo tan sano como siempre”. Ni que yo fuera estúpido, llevo años estudiando Biología y Química como para poder entender la interacción entre el principio activo de cualquier medicamento y mi organismo. Lo que no entiendo es por qué pasó tantos años examinando mi corazón antes de decidir que necesitaba medicarme. Me despido de mi padre y lo guardo entre las tapas de la libreta negra, que llevo siempre conmigo. No me gusta dejar cosas valiosas en la habitación desde que unos chicos acusaron a otros de haberles robado. No sé quiénes inventaron qué – sin duda alguna gran parte de la historia es inventada -, pero me limito a no fiarme de nadie.
Durante el desayuno, me sorprendo a mí mismo echando de menos a algunos chicos, como Brad. Puede que no fuera una persona especialmente brillante, pero fue sin duda lo más parecido a un amigo que haya tenido nunca, y ahora se ha marchado como muchos otros. ¿A dónde se los llevarán?. Sumido en estos pensamientos, pasa la mitad de la primera clase de la mañana, hasta que el profesor de matemáticas me interrumpe en mi pseudo-letargo.
-¡Wilmut! ¿Cómo resolvería usted el problema?
Un breve vistazo a la clase me hace ver el poco interés general en ver qué respuesta doy al señor Louthan. Un breve vistazo a la pizarra me basta para captar la simplicidad del problema y lo evidente de la solución.
-Bueno, a primera vista parece que con aplicar el teorema de Gelfond-Schneider sería suficiente. No obstante, yo optaría por tratar de demostrar primero la normalidad del parámetro lo cual... sí, parece a simple vista que ya nos indica que no hay solución.
-Ahm… sí, bueno, sería una opción, veamos… si tenemos que, como dice Wilmut, aplicamos… - Un breve vistazo a la cara del profesor es suficiente para saber que ni se le había ocurrido mi solución.
Una de las cosas que me han acabado cansando de la cárcel, son los profesores. La mayoría de los chicos no les hace mucho caso, y con razón. Yo fui de los primeros en empezar a adelantarme a sus conclusiones, a corregir sus errores, a rebatir sus argumentos… ello me ha valido en más de una ocasión alguna bronca, pero mientras no vengan del Mayor, a mí me es indiferente que me grite un viejo anticuado que cree que mis métodos de resolución no son lo suficientemente ortodoxos.
Mientras el señor Louthan está enfrascado en la ardua - para él – tarea de tratar de comprender mi respuesta, observo por la ventana. Siempre me han gustado las ventanas de las clases porque no tienen rejas. Para mi sorpresa, en esta ocasión descubro algo que no pensé que podría estar ahí. ¿Cómo es posible? Pero sí, es cierto, ahí está: programando un robot de limpieza para que barra el patio, hay una chica. ¡Una chica! Vaya, no es que no haya visto ninguna antes, pero la mayoría era en fotografías de libros o artículos de la consola, no en persona. Por alguna razón, siento ganas de saber su nombre. Se me acelera el corazón - ¿he tomado hoy las pastillas del doctor Murai? -, es pelirroja y tiene a ojo un par de años menos que yo – sí, sí que la tomé, así que si las pastillas son para evitar estos ataques taquicárdicos, ya puede cambiármelas – Un compañero me saca de mi asombro.
-Psch, ¡Ian! ¿Espiando a la hija de la señora Kellownee? Últimamente viene mucho a ayudarla en el trabajo. Dicen que la señora Kellownee está ya un poco vieja, y…
No sigo escuchando. Al finalizar la hora de clase, me dirijo al patio en busca de una cabellera pelirroja. Fracaso, no hay modo. Doy una vuelta, exploro, y me encuentro por un pasillo con el robot de limpieza. “¡Bingo!” Lo sigo un pasillo, después otro, sube por un montacargas y me aferro a él. Nunca había subido tantas plantas, si tratamos de usar las escaleras hay puertas que nos impiden el paso, pero asido al robot puedo acceder sin problema a las más altas. Finalmente, siguiendo al robot llego a un patio exterior. Y ahí está ella, ocupada en no tengo tiempo a fijarme en qué.
-¿Quién eres tú? No deberías estar aquí.
No parece haber enfado en su voz, más bien curiosidad.
-Ya, pero yo no suelo hacer lo que debo – En ese momento deseo haber dedicado 5 segundos a pensar qué iba a responder para no soltar eso -. ¿Tú eres la hija de la señorita Kellownee, no? Te he visto antes…
Ella me sonríe, y vuelvo a pensar en el poco efecto de la medicación del doctor Murai. Pero de pronto su sonrisa se torna en expresión de miedo. Miro detrás de mí…
-Vaya, vaya, Wilmut, así que te has echado novia, ¿eh? ¡Pues qué novia tan fea! – Dos compañeros de la edad de Stilson ríen su gracia. ¿Cómo habrán llegado aquí? Supongo que los del grupo A tienen privilegios - ¿Pero bueno, qué tenemos aquí?
Stilson se agacha a recoger algo, instintivamente busco mi libreta negra y “¡Mierda, no está!”. Stilson la sujeta en su mano. Ha debido caérseme al llegar.
-Jajaja, Wilmut, así que esta estúpida fotografía es lo que siempre llevas encima, ¿no? Siempre en tu libretita, ¿no es así? Si es de papel, ¿qué os parece? ¡Es una foto de papel! Me pregunto si la seguirás llevando después de esto.
Un giro de muñeca, el sonido del papel rasgándose, el terror en la cara de la chica, yo corriendo hacia él… todo conforma un cúmulo de sucesos que acontecen demasiado deprisa. Demasiado deprisa incluso para la formación de combate de alguien del grupo A. Mi puño incrustado en su garganta. Sus ojos inexpresivos, mirando a algún punto a mis espaldas. Yo, sobre él, golpeando una y otra vez. El chillido de Kellownee, me levanto y me acerco a ella para tranquilizarla, pero su rostro sigue reflejando verdadero pavor contemplando a Stilson.
-Cabrón… está muerto… ¡lo has matado! – dice uno de sus compinches.
-Peter, vamos a contárselo al Mayor… seguro que él sabe cómo castigar a este perro. ¡A los perros rabiosos se los sacrifica, Wilmut!
No hacía falta que fueran tan concisos. Yo ya sabía que la ira del Mayor podía derivar fácilmente de forma indirecta en mi muerte “accidental”. Sentía la urgente necesidad de hacer algo, pero el miedo me había paralizado. Noté que una mano cogía la mía con firmeza.
-¡Vámonos! ¡Te mostraré una salida!
-¿Y tú? También estarás metida en un lío si me ayudas… ¿vendrás conmigo? ¿Huiremos juntos del Almirante Lloyd?
-Yo… sí. Iré contigo.
Continuará...